miércoles, 12 de febrero de 2020

"MOMENTO MORI" recuerda que morirás.


“Una inquietante fotografía tomada a finales del siglo XIX en Perú, donde quedó plasmada la imagen de esta niña poco después de su muerte, esta costumbre llegó de Europa donde era común retratar a sus muertos como homenaje a su memoria se conocía como "Memento Mori" recuerda que morirás. Desde la era Victoriana y llegó hasta América donde se continuó con esta práctica hasta las primeras décadas del siglo XX.”

Texto: Javier Martínez

Por detrás, una mujer de espectro indígena (probablemente la nana) sosteniéndole la cabeza para que no se caiga

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La niña parece dormir sobre las piernas de su padre, pero ya jamás despertará. El hombre va de traje y tiene cara de circunstancias. Al lado, la madre mira el vacío.

¿Puede haber algo más triste que la imagen de unos padres con su hija fallecida en brazos? El duelo debe ser reciente y esa familia, ahora incompleta, se ha retratado para tener un último recuerdo juntos. La fotografía fue realizada en estudio alrededor de 1870 por uno de los más reconocidos fotógrafos peruanos de la época: Teófilo Castillo.

La fotografía de difuntos, o post mortem, fue una práctica recurrente en la Lima del siglo XIX. La muerte entonces era una presencia cercana en cualquier familia, de cualquier estrato económico, por el alto índice de niños que morían a edad temprana por enfermedad o madres que fallecían por los rigores del parto.

Hoy muchas de las causas de muerte son casos fáciles para la medicina, pero entonces era distinto.

Un invento de la época tuvo que ver además con esta costumbre: la aparición del daguerrotipo –la primera forma de hacer fotografía– en la década de 1840. "La fotografía post mortem empieza prácticamente con la aparición del negocio fotográfico.

Los fotógrafos vieron el potencial que tenía este tipo de imágenes porque muy pocas familias podían pagar un retrato hecho por un pintor a sus parientes recién fallecidos", dice el fotógrafo e investigador Renzo Babilonia.

El retrato post mortem era un rubro de los muchos en que se especializaban los fotógrafos de la época. En junio de 1844 el francés P. Daviette ponía un anuncio en Lima en el cual decía ser un "artista fotogénico recién llegado de París" que podía "retratar a los difuntos como cuadros al óleo".

Otro aviso publicado en El Comercio en marzo de 1846 señalaba: "Las familias que tengan la desgracia de perder algún deudo de quien deseen poseer un momento de esta naturaleza pueden lograrlo por medio del daguerrotipo (...) El profesor Fournier ofrece ejecutar el retrato en el mismo aposento mortuorio, como es costumbre en Europa en el día".

LOS FOTÓGRAFOS


La fotografía en la Lima del siglo XIX era oficio de maestros. Los más conocidos eran considerados artistas. Y un acontecimiento difícil como la pérdida de un ser querido bien valía la pena ser inmortalizado por ellos.

Los nombres que han llegado hasta nosotros, como Eugene Maunoury, Eugenio Courret, Benjamín Franklin Pease, Adolfo Dubreuil, Teófilo Castillo, y otros, son los más famosos de los fotógrafos que hubo en Lima.

"Las fotografías post mortem que conocemos aquí son principalmente de familias limeñas con recursos. Y aunque eran practicadas con personas de todas las edades, las imágenes que más se conservan son de los niños de pocos años y bebés fallecidos", explica Renzo Babilonia.

Quizá esto se deba a que en muchas fotografías de niños ellos parecen descansar o dormir tranquilamente, a veces rodeados de sus juguetes o de flores, lo que atenúa la idea de la muerte.Uno de los fotógrafos con la más extensa colección de retratos a infantes en Lima es Adolfo Dubreuil, quien usaba guirnaldas de flores, telas vaporosas y mucho cuidado en la expresión facial.

A diferencia de él, Courret y Castillo –según un texto sobre el tema de la Biblioteca Nacional– "diseñaron un modelo un tanto simple para retratar a los difuntos (…). Dubreuil en cambio es más artístico". Sus retratos "Niña María Saint Fort" o "Niño Castañeda" son ejemplos de lo afirmado.

Entre las fotografías de niños hay una de autor anónimo que aparece en el libro "El primer siglo de la fotografía. Perú 1842-1942" que editó el Museo de Arte de Lima, con una historia curiosa. Es un retrato post mortem del niño Estanislao Harvey Beausejour, hijo de Isabel Beausejour, cuya escuela de niñas fue famosa en Lima.

En la imagen el pequeño aparece sentado sobre un sillón con los ojos abiertos y un brazo apoyado en un costado. La madre conservó el retrato, pero a la muerte de ella fue cubierto por otra imagen. Incluso a las siguientes generaciones de la familia el retrato les pareció macabro y lo mantuvieron así, cubierto, por décadas.

Un daguerrotipista y fotógrafo destacado, aunque hoy su obra no es muy recordada, fue Benjamín Franklin Pease, norteamericano llegado al Perú en esos años y que radicó aquí. "Pease fue muy reconocido por sus fotografías post mortem en el siglo XIX.

Quizá el hecho de que tuviera 18 hijos, de los cuales solo seis llegaron a la vida adulta, hizo que su trabajo fuera tan cuidadoso. Merece, por muchos motivos, que se le tenga más en consideración", dice Renzo Babilonia.

OTROS TIEMPOS

De las imágenes rescatadas de los estudios de Lima, se puede concluir que los fotógrafos se esforzaron para que los retratados lucieran como si estuvieran vivos: con los ojos abiertos, sentados en sillones, descansando de lado en un sofá. Para las personas de la época no eran imágenes chocantes, o macabras, como podría parecernos hoy.

¿En qué momento se dejó de lado esta práctica? Andando el tiempo, la fotografía se hizo cada vez más cotidiana y registraba más momentos importantes de una vida. Las fotografías dejaron de ser un objeto privado para convertirse en un objeto público con las llamadas "tarjetas de visita" que se repartían a los amigos.

En el Perú la colección más importante de imágenes de este tipo está en la Biblioteca Nacional. En su catálogo pueden verse niños y adultos que le dijeron adiós a la vida, y padres tristísimos con el hijo muerto en brazos. Todas golpean fibras íntimas, todas nos hablan de lo pasajero que puede ser nuestro paso por el mundo.

Por: Raúl Mendoza
Fuente: Diario la República